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8 oct 2012

Chile corre, pero no camina

Reproducimos una interesante columna de Cristián Warnken, publicada hace ya un tiempo. Un retrato de nuestro tiempo para conversar...

Chile corre, pero no camina


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De un día para otro, de pronto todos se convirtieron en Forrest Gump. Multitudes de ejecutivos, dueñas de casa, profesionales de todas las edades salieron a las calles a correr. Al ver a esos 35 mil maratonistas copando las calles de Santiago, no pude dejar de pensar en el poema "La tierra baldía", de T. S Eliot, que comienza con la famosa sentencia "Abril es el mes más cruel" y en el que se lee: "Tal multitud fluía sobre el puente de Londres,/ que no creí yo ser tantos los que la muerte arrebatara". En nuestro caso, habría que corregir el primer verso y decir: "Tal multitud corría "...


Eliot tuvo una suerte de epifanía casi apocalíptica ante la irrupción de un nuevo sujeto en las ciudades: la multitud. Ya el poeta Baudelaire, en el París del siglo XIX, había experimentado la energía poderosa, inquietante y novedosa de la multitud en las calles adonde a él le gustaba "flanear" (vagar) solitariamente. Hoy, el nuevo sujeto colectivo de estos tiempos es una multitud que corre.

¿Por qué son cada vez más los que corren sin tregua? ¿Adónde van tan de prisa? ¿Qué buscan? ¿La felicidad que producen las feromonas del cuerpo? ¿Avanzan hacia delante, hacia un horizonte abierto (como Forrest Gump), o están arrancando, fugándose de algo? Yo también salí a las calles ese día de abril a alentar a los maratonistas y aplaudirlos. Siempre me ha gustado ver gente en las calles de mi ciudad, donde los automóviles parecen haber reemplazado al ser humano.

Pero luego, cuando me volví caminando a mi casa, saboreando uno de esos deleitosos días del espléndido otoño santiaguino, pensé: "Todos trotan, pero nadie camina". No deja de ser sugerente esta fiebre maratonística, como metáfora de un país acelerado, crispado, que corre pero no camina. En las calles del barrio alto, sólo caminan las nanas y los obreros. En las ciudades europeas, en cambio, el ciudadano es de a pie. Aquí, el caminante es una especie exótica, en extinción. Todos se suben al auto en la mañana y ya no se bajan de él, sino para regresar a sus hogares en la noche. ¿No es acaso una paradoja que los que trotan luego se suban a un automóvil, sin que entre estas dos acciones movilizatorias -manejar y trotar- realicen la más básica de todas: caminar?

Caminar significa exponerse al encuentro con otro, con la luz tibia del otoño, el inefable canto de los pájaros y el pensar meditante que comienza a fluir en nosotros cada vez que nos movemos como nuestros antepasados, esos mamíferos que se irguieron en un momento de la evolución. Los que trotan no parecen interesarse en detenerse en los pequeños sucesos que les advienen en su correr; esos sucesos los distraerían y se convertirían en obstáculos para su meta: el máximo rendimiento.

Investigaciones médicas indican que caminar es el mejor ejercicio de todos, pero pareciera que nos costara más caminar que trotar. Tal vez algún día un maratonista se detenga en su carrera loca, se desconecte de su personal stereo , y comience a caminar, por primera vez. Me lo imagino acercándose a su compañero de trote, haciéndole señas: "¡Hey, vamos a caminar, el día está maravilloso!". Y serán al comienzo dos los que caminen.

Grandes cambios en la historia humana se han decidido caminando. Recordemos esa caminata al caer de la tarde de dos peregrinos acompañados por un forastero, en Emaús. O los paseos peripatéticos de los griegos en los que se pensaron las grandes preguntas de la existencia. O la larga caminata que hicieron en línea recta los jóvenes Alejandro Jodorowski y Enrique Lihn, cruzando la ciudad, sin detenerse ante ningún muro o puerta, siempre en línea recta, sólo para sellar un pacto de amistad, subidos arriba de un árbol, al caer la tarde.

Un día despertaremos y las calles estarán atestadas de caminantes, y saldremos a vitorearlos, como a los campeones detrás de la meta más alta y urgente de todas: la de ser.

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